21 marzo, 2007

Un matemático invierte en la Bolsa

Hace unos días hablaban en CPI del libro de John Allen Paulos Un matemático invierte en la Bolsa. Es uno de los títulos que está desde hace tiempo en mi base de datos "Libros por leer". Al ver la reseña en CPI me lo ha recordado y he estado mirando también la página de la editorial en España, dónde hay un extracto:
John Maynard Keynes, posiblemente el economista más importante del siglo xx, comparaba la posición de los inversores que operan a corto plazo en la Bolsa con la de los lectores de las crónicas de los concursos de belleza que aparecían en los periódicos (un género muy popular en su época). La participación de los lectores consistía en elegir a las cinco participantes más bellas de un conjunto de unas cien, aunque el trabajo real era bastante más complicado. El periódico ofrecía premios de cuantías reducidas a aquellos que eligiesen a las cinco participantes que resultasen las más votadas por los lectores. Es decir, tenían que elegir a aquellas participantes que creían serían las más votadas, y los demás lectores tenían que intentar hacer lo mismo. No debían, por tanto, encapricharse por ninguna de las participantes ni dar, así, un peso excesivo a su propio criterio. En lugar de ello, tenían que anticiparse, en palabras de Keynes, «a lo que la opinión media esperaba que fuese la opinión media» (o, lo que es peor, anticiparse a lo que la opinión media espera que la opinión media espera que sea).
Por consiguiente, puede suceder que el quid de la cuestión consista, como en el ámbito de la política, en sintonizar con lo que desean las masas. Los inversores pueden prescindir de los rumores que afectan a las empresas en las que quizás han invertido, como por ejemplo Enron o WorldCom, pero si creen que los demás pueden creerlos, entonces nadie se puede permitir el lujo de prescindir de ellos.
(Lo que me ha traído a la mente al Teorema de Thomas.)

En CPI nos cuentan más, como :

En el libro aprenderemos sobre conceptos como el efecto ancla, realmente sorprendente: Imaginemos un experimento en el que nos preguntan por un número que no sabemos. Por ejemplo, la población de Uzbekistán. En principio no sabemos qué decir, pero entonces el examinador dice: a ver, ¿es más o menos de 100 millones?. A otro grupo, el examinador les hace la misma pregunta, pero en vez de decir 100 millones dice 1 millón. La media de la gente a la que el examinador les sugirió 100 millones anda por los 60 millones, mientras que la media de los que recibieron la sugerencia de 1 millón ronda los 5 millones. O sea, que nos dejamos influir por una cifra cuando intentamos estimar otra.

Se podría alegar que la gente se dejaba influir por la estimación del experimentador porque suponen que él lo sabe y nosotros no, así que partiendo de su suposición tiramos hacia donde a nosotros nos parece que está la respuesta correcta. Pues no. El experimento se repitió, pero, en vez de una sugerencia del experimentador, ¡se hizo girar una ruleta! La ruleta tenía cifras: 1 millón, 5 millones, 10 millones, 50 millones, 100 millones… Se preguntaba la población de Uzbekistán y se hacía girar la rueda. Las medias de la respuesta de cada grupo estaban sorprendentemente cerca del resultado que había salido en la ruleta en cada ocasión. Impresionante. Lo mismo, dice JP, ocurre cuando vamos a comprar acciones ( o nos hacemos una hipoteca a tipo variable). Si al comprar las acciones éstas están a 60 euros, inconscientemente tomaremos este valor como la “media” de las acciones, de modo que si están por encima estarán bien y si están por debajo estarán mal. Yo hice mi hipoteca con el euribor al 2,1%, más o menos, o sea que ahora que está al 4 lo veo como muy alto. Sin embargo, mirando el euribor de los últimos 20 años, veo que un 4% es bastante bajo (cosa que a la vez me incomoda y me asusta).


Otra cuestión: los sesgos. Nos sentimos más culpables si perdemos dinero por culpa de la acción que por culpa de la inacción. o sea, que si compramos algo y baja nos sentiremos peor que si no lo vendemos y baja, a pesar de que el dinero perdido en cada ocasión será el mismo. En el libro nos cuenta un par de experimentos para reafirmar el concepto.

Y también hay una interesante reflexión sobre el concepto de horizonte de complejidad: los seres humanos dejamos de interesarnos por acontecimientos distantes en el futuro, aunque sean muy importantes. Como ejemplo pone una historia estupenda:

Nos encontramos con una lámpara maravillosa, que dentro tiene un genio que nos concederá todo aquello que queramos con una condición: Es necesario ofrecer un dinero por la lámpara, Y hay que venderla tras obtener nuestros deseos por un precio estrictamente menor que el que pagamos. ¿Qué precio ofrecerían, estimados lectores, por la lámpara? Está claro que no podemos ofrecer un céntimo de euro, porque después no podríamos vendérsela a nadie por menos (no valen los medios céntimos ni divisas extranjeras con valores inferiores). Tampoco podemos ofrecer dos céntimos, porque tendríamos que venderla por un céntimo y nuestro futuro comprador no la podría vender, por lo que no la querría comprar. Tampoco podríamos venderla por tres céntimos, porque nuestro comprador se encontraría con que su comprador no podría venderla, y así él no podría venderla, por lo que no nos la compraría… En realidad, siguiendo la cadena, no hay ningún precio por el cual podamos estar seguros de comprarla y luego venderla. Y sin embargo, estamos todos de acuerdo, creo, en que la compraríamos por mil euros. ¿En qué punto deja de importarnos la cadena de compraventas que decide si podremos vender la lámpara o no? Los ecologistas sostienen que algo parecido nos pasa con la conservación del Medio Ambiente: estamos todos de acuerdo en que si seguimos así lo dejaremos todo hecho un desastre, pero como falta mucho y aún hay arbolillos y campos y playas ríos, pues no hacemos todo lo que podríamos.


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